Sunday, March 19, 2006

Mario Vargas Llosa repasa sus 70 años de vida

El escritor peruano asegura que nunca se ha obsesionado, ni menos aún angustiado, ante la idea de morir. Por el contrario, afirma que una de las certezas que rigen su existencia es que "la vida, aunque esté llena de frustraciones, es absolutamente maravillosa", por lo que uno debe "mantenerse como si fuera inmortal". Vargas Llosa no sólo alude a su compleja relación con Perú. También aborda su visión del panorama regional y enfrenta sus propias definiciones políticas. Pese a sus recurrentes críticas a Fidel Castro y Hugo Chávez, dice no ser un conservador, sino un liberal con evidentes signos de izquierda: defensor del matrimonio gay, del aborto y de la despenalización de las drogas.

Fernando Rimblas, El Pais

Foto Portada

Mario Vargas Llosa llega a los 70 años en un momento dulce de su vida y su escritura. Novela, ensayo, cine y teatro respaldan la vitalidad inagotable de un creador maduro. Sobre su mesa de trabajo, una manada de hipopótamos guarda su humor y su trabajo. Tal vez sea esta colección, repartida entre sus casas diseminadas por el mundo, guardiana de los secretos creativos de un escritor fundamental del siglo XX.

Llega a los 70 en una verdadera explosión creativa.

Espero mantener ese estado hasta que me muera, estar muy vivo hasta el final.

¿Crece la pulsión creativa con el tiempo?

Nunca me ha preocupado mucho el tiempo. La idea de envejecer, de morir, no es algo que me haya obsesionado ni angustiado, salvo en períodos en que he tenido que interrumpir mi trabajo o no he podido mantener mi ritmo normal. Mientras estoy con proyectos que me apasionan no tengo la preocupación del tiempo. Creo que uno debe mantenerse vivo como si fuera inmortal. Entonces, sí, llego a los 70 años, una edad muy respetable, pero no me siento viejo en absoluto. Por lo menos psicológicamente.

Uno de los ganchos utilizados para vender su último libro reza: "Por fin van a encontrar al Vargas Llosa de izquierda". ¿Es usted tan de derecha?

Ese tipo de categorías son conjuros, una manera de descalificarte. Creo que en muchas cosas soy lo que se llama de izquierda: una persona que cree en la sociedad laica, en las reformas sociales, que está a favor del matrimonio gay, del aborto, de la despenalización de las drogas. Pero, al mismo tiempo, amo la libertad y eso me lleva muchas veces a desencuentros radicales con la izquierda, porque hay sectores que no tienen esa concepción y están dispuestos a sacrificarla por el poder. De modo que ataco a los dictadores, incluidos los de izquierdas, como Castro o Chávez, como ataqué desde el primero hasta el último día a Pinochet. Ahora, ¿soy de derecha por criticar a la izquierda y no tragar con lo que ésta traga muchas veces, con el nacionalismo, y hasta el racismo? Por lo demás, de la derecha me distancian muchas cosas, no soy un conservador. Soy un liberal, creo que, al contrario, el modelo ideal de sociedad hay que seguir construyéndolo.

¿Conserva aún el intelectual una función pública?

Creo que sí, aunque menos de lo que creíamos de jóvenes. En los años 50, incluso en los 60, la idea generalizada era que un intelectual podía influir en la vida política y social, que sus opiniones eran importantes, y que por eso había que comprometerse. Creo que había mucha ingenuidad en esa idea. Pero tampoco estoy de acuerdo con quienes creen que la literatura, o la cultura, no tienen efecto sobre la historia, que es una actividad fundamentalmente de entretenimiento y que no deja huella en la vida política o social. Eso me parece inexacto, sí hay una responsabilidad de artistas e intelectuales.

Tiene casa en París, Madrid, Lima, Londres. ¿Qué obtiene de cada una de las ciudades que habita?

Desde muy chiquito quise ser ciudadano del mundo, o quizás de Europa, porque mi sueño era París. Y bueno, la vida me ha gratificado en ese sentido, vivo con mucha libertad y no me siento extranjero ni siquiera en Londres.

¿Qué recuerda del Perú de su infancia?

Pasé mi infancia en Cochabamba, me sacaron de Arequipa con sólo un año, así que todos mis recuerdos de infancia son bolivianos. Pero en mi familia -que era un poco bíblica- se cultivaba mucho el recuerdo del Perú, de Arequipa sobre todo. Entonces me sentía muy peruano, pero no tenía recuerdos propios, sino heredados de mis abuelos, de mi madre, de mis tíos. El Perú fue para mí, primero, una fantasía, y conocí el Perú solamente a los 10 años, cuando fui a vivir a Piura, donde pasé dos años. Esos recuerdos me marcaron y han sido fuente de varias historias. A los 11 años fui a Lima, ciudad con la que tuve desde el principio una relación muy difícil, porque significó separarme de mi familia materna, que me había mimado mucho, y vivir con mi padre, con quien yo no había vivido, una persona muy severa, a quien yo tenía mucho miedo. Así que mis primeros recuerdos de Lima son más bien desastrosos y quizás por eso he tenido una relación conflictiva con Lima; creo que eso se ve bastante bien en las novelas. Pero en el Perú están las referencias, allí me formé, suyo es todavía el español en el que hablo y escribo, a pesar de que he vivido mucho más tiempo fuera que allí.

¿Conserva algún objeto, desde no recuerda cuándo, que le haya acompañado durante mucho tiempo?

Una pariente mía, una chiquilla que estuvo viviendo con nosotros en París, murió en un accidente de aviación, en Pointe à Pitre, en Guadalupe, y tuve que identificar el cadáver. Desde entonces guardé en mi cartera un retazo del vestido que llevaba esta sobrina. Hasta hace poco, cuando me robaron la cartera en Amsterdam, llevaba ese recuerdo cariñoso de una persona a la que quise mucho y que había guardado durante prácticamente 30 años.

Nacionalismo y literatura

¿Qué ha causado más víctimas inocentes: las banderas o la religión?

La primera razón de violencia ha sido la religión, y la segunda, el nacionalismo. Todas las grandes guerras de religión tienen también un contenido nacionalista muy fuerte. Son las dos fuentes principales de Apocalipsis en la historia.

¿Seguirán siéndolo?

Lo son en la actualidad. Estos días tenemos una confirmación trágica y grotesca de cómo la religión puede incendiar un clima, crear la incomunicación. El nacionalismo lo vimos, por ejemplo, en los Balcanes. Cuando se escarba en esas catástrofes siempre se llega a una raíz que tiene que ver con la religión y con el nacionalismo.

¿Quién es culpable?

Quienes asumen la religión de una manera fundamentalista y quienes hacen del nacionalismo una religión. El nacionalismo convierte en religión algo en su origen perfectamente legítimo, la identificación con el lugar donde se nace, con el entorno, un sentimiento positivo que si se transforma en una forma de fe excluyente produce una terrible violencia. Es triste comprobar que la cultura no resulta suficiente contención frente a la barbarie. Al contrario, hemos visto que países civilizados, como la Alemania de los años 30, se entregaba a la locura del nazismo.

¿Ha cambiado tanto la perspectiva histórica que lo que en los 60 era un proyecto posible hoy es tan sólo una vía muerta que acabará necesariamente en pesadilla?

En los años 60 la ilusión de la sociedad perfecta había echado raíces en toda una generación a lo largo de medio mundo. El 68 es una expresión de ese sentimiento, que ya se daba antes, a partir del triunfo de la revolución cubana, de que se podía construir la sociedad perfecta a través de una acción de vanguardias heroicas. La ilusión produjo figuras muy atractivas, pero el balance final dejó en América Latina una multitud de dictaduras despiadadas, que encontraron en las guerrillas, en los movimientos de liberación, el pretexto ideal para acabar con tradiciones democráticas arraigadas, como en Chile o Uruguay. Hubo luego que empezar desde cero, reconstruyendo esas democracias. Al final, la humanidad descubrió que era preferible renunciar a la sociedad perfecta y aceptar el principio de las sociedades perfectibles a través de la democracia, porque así morían menos inocentes de los que murieron por esos maximalismos revolucionarios que llevan a la destrucción de las libertades, y la destrucción de las libertades no trae progreso social, contrariamente a lo que enseñaron Sartre o Luckás.

¿Qué complejos arrastra Latinoamérica?

Una incapacidad manifiesta para aprovechar las oportunidades que se le presentan, y una tendencia a perseverar en el error. Aunque sea injusto generalizar, porque hay menos dictaduras hoy, aunque tenemos la más longeva del mundo, la de Fidel Castro, 45 años ya. Tenemos también a un fenómeno, ese pequeño Fidel que es Hugo Chávez, cuya aspiración es suceder a Castro como dictador longevo. Pero con esas excepciones, América Latina tiene democracias y un fenómeno que no existía hace 20 años: una izquierda democrática, la de Lula, Tabaré Vázquez, el caso magnífico de Chile con Lagos y Bachelet, una izquierda que acepta el juego democrático, liberal en políticas económicas, a la manera de un Tony Blair o del socialismo de Felipe González.

Invítenos a cenar en Lima.

La comida es una de las mejores cosas que tiene el Perú. Neruda decía que en el Perú se come o no se come; ahora, quienes comen, ¡qué bien comen! Hay una cocina muy rica, con inventiva. La comida es uno de los aspectos donde se ha desarrollado más la creatividad de los peruanos, tal vez por la gran tradición represiva de nuestra historia.

¿En qué ha cambiado como lector? ¿Qué lectura le sigue haciendo disfrutar?

No tenía ni cinco años cuando empecé a leer, y recuerdo cómo se me ensanchó el mundo. La vida se multiplicó extraordinariamente y ese tipo de milagros todavía los vivo cuando un libro me apasiona. Claro que mis lecturas están en parte condicionadas por mi trabajo. Después están las lecturas por placer, muchas veces relecturas de autores que me han marcado, como Flaubert, Faulkner, libros que he releído, como Madame Bovary, que me marcó tremendamente, pero también contemporáneos. Pero en algo he cambiado: de joven creía tener la obligación moral de terminar todo libro, aunque me aburriera.

¿Qué le han dado los libros?

Sin los libros que he leído, sin las ideas que me convencieron, hubiera sido mucho peor de lo que soy. La literatura y la cultura sí influyen en la vida, pero no creo que eso pueda decidirse de antemano y planificar actividades creativas para conseguir determinados efectos. No funciona automáticamente, sino de una manera sutil, pero deja una tremenda huella en la vida.

¿Qué escritores detesta, pero admira?

Louis Ferdinand Celine, extraordinario novelista que refleja un mundo negro, de sordidez y mezquindad, con esa verba popular, sabrosa, y, al mismo tiempo, un personaje repugnante, un antisemita, autor de uno de los libros más asquerosos, las Bagatelles pour un massacre. Pero hay muchos casos de personajes poco estimables y, sin embargo, extraordinarios escritores.

¿Cómo se depuran las responsabilidades de la literatura?

Un escritor tiene la obligación de escribir con autenticidad. Pero sin disciplina esa autenticidad por sí sola no vale. Creo que no se ha escrito ningún gran libro que no sea expresión auténtica de una personalidad. Auténtica no quiere decir buena, puede ser perversa, pero creo que las obras que quedan son las que están escritas como una especie de inmolación. Quizá el caso más alentador es el del escritor que está siempre buscando, aunque se rompa la crisma en el intento, y para el que la literatura es un juego peligroso. Ese es el escritor que admiro.

¿Qué tres certezas guarda en el bolsillo?

Una dijo Popper y a mí me convenció: con todas las cosas que andan mal, nunca la humanidad vivió mejor, nunca ha tenido mejores instrumentos para poder derrotar a los grandes demonios. Es algo que conviene tener presente: hace 50 años vivíamos peor que hoy. La segunda certeza es que nunca sacrificaré mi libertad por nada. La tercera es que la vida, aunque esté llena de frustraciones, es maravillosa.